Aprendo los gestos de los relojes
mientras nacemos de una cajita de música
también la madera y su estructura de bailarina
danzan la frágil cura de nana en la habitación
las ciudades conocen la podredumbre del párpado sucio
pero afuera de las manchas de los tejados
hay cuatro manos creciendo del codo
y los dedos no niegan su voz de líquido escrupuloso
paso las noches con el pecho aplastado de ballenas
nadando en el color que acaricia la ternura de la pared
y mis ojos con restos de día no dejan de mirar
los últimos barcos rojos aferrarse a la nieve
o a la arena mojada del estómago
más allá de las mareas alguien sopla la hoja del cuchillo
el corte exacto en la mandíbula de la roca
para dormir exacto en el último mordisco de azul
y no es la persiana golpeando la ventana
es el ruido de las raíces
abriendo el estruendo de las profundidades
el lugar encallado en el pecho
donde las sirenas empezaron a ser los árboles del mar
o su condición de esqueleto salvaje hacia dentro.